En apenas una semana mi hijo Pablo cumplirá un año. Un año de aventuras, de magia, de descubrimientos... por parte de él, sí, pero también de mí y de mi chico. Un año iniciático en todos los aspectos. Para todos.
Sé que llevo varios meses dando pocas señales de vida, pero trabajar y ser madre resultan incompatibles para muchas actividades. Pablo es energía en estado puro, salta, corre, toca, juega sin parar, va a clases de estimulación, a natación, al parque... y me niego a restarle un segundo de felicidad en beneficio propio. Yo tengo mis ratitos y mis noches (duerme 12, casi 13 horas seguidas, bendito sea), pero el tiempo que él quiera jugar, jugaremos, aunque yo tenga la espalda hecha un siete de contracturas, aunque a veces me fallen las fuerzas, o tenga un cerro de ropa para planchar, o haya tenido que doblar turno en el trabajo...
Pero hoy digo que el blog sigue, y lo hace con actualizaciones más frecuentes. Hoy este post es una declaración de intenciones, ya que os lo debo. Cuatro años ya. Tengo preparadas muchas sorpresas para el blog, y retomaré un ritmo que me permita darle más vida si cabe a esta caja 7.
Y mientras yo escribo, vigilo de lado a Pablo, que corre por la casa y da sus primeros pasos. Ya dice papá, y mamá, y agua, y come de todo, y es un terremoto que nos obliga a estar alerta continuamente. Pablo toca, huele, prueba, come, mira todo lo que hay a su paso, descubre un universo infinito que se le revela como mágico. La casa se ha convertido en un enorme peligro y cada esquina está forrada para evitar golpes, y todos los enchufes tapados, y todas las cosas apartadas. Y yo me convierto en una superheroina, desarrollo un olfato extrasensorial para detectar cacas y pises; reflejos ultrarrápidos para quitar objetos que puedan hacerle daño; la velocidad del rayo cuando él se escapa gateando hacia un tobogán del que baja un niño más terremoto que él; un fino oído propio de un murciélago para saber si llora, gime, o ha despertado de su sueño y necesita que vaya junto a él.
Ser madre es una experiencia maravillosa, agotadora, impredecible.
El otro día me metí en su cuarto para jugar. Tras una hora, me senté a descansar en una butaca y a leer un poco; cuando alcé la vista, había desaparecido. Extrañada, me puse a buscar y de pronto lo vi: Se había metido en su enorme caja de juguetes, tapado hasta arriba, sepultado por peluches, cubitos de plástico y cachivaches mil, y de la caja asomaban sus dos piernecitas, indagando aquel misterio lleno de colores y piezas fantabulosas.
Esa fascinación la contagia con su sonrisa, siempre sonríe, con sus ojitos achinados, sus mofletes, y los dos hoyitos que se le forman a cada lado de la boca.
Pablo es la luz del sol.
Mi vida anterior a su nacimiento parece haberse diluido, borrado, como si todas aquellas cosas que en algún momento me parecieron asombrosas, hoy hubieran perdido su encanto, sepultadas por un sentimiento de grandeza tan potente que ha eclipsado todo lo anterior. La línea de tiempo de mi vida comienza el día que nació.
Me alegro de estar viviendo esta experiencia, y me alegro, sobre todo, de poder compartirla con vosotros, y de que sigáis junto a mí, y junto a esta caja, registradora de aquello tan absurdo y tan, tan, brillante, que nos rodea. Os quiero.